Los lazos que nos unen (o sobre la Interdependencia y la Compasión)

Reflexión de fin de año sobre los lazos que nos unen (interdependencia) y la relevancia de cultivar la compasión como cualidad central de esos vínculos.

PSICOLOGÍA BUDISTA

Cristián Alarcón G.

12/21/20244 min read

Aprovechando que nos encontramos en una fecha en que el mundo occidental celebra el nacimiento de Jesús, el cambio de un ciclo anual y, en general, es un período de evaluación de lo que ha sido el año, me gustaría hacer una breve reflexión en torno a dos principios fundamentales de la doctrina budista, estos son la interdependencia y la compasión.

Los lazos (in)visibles

Ya expuse el aspecto conceptual del principio de la naturaleza interdependiente de la realidad en el artículo sobre la ignorancia, así que no me explayaré sobre ello. Lo que me interesa destacar en este momento es que la interdependencia, de alguna manera, configura el territorio donde se desarrolla la existencia.

Nuestra vida no es autónoma o independiente de las relaciones que sostenemos con otras personas, así como de nuestro entorno natural y físico. Al contrario, influimos y nos influyen de una forma que, muchas veces, ni siquiera alcanzamos a vislumbrar. En cada respiración, comida, uso de algún artefacto, en fin, en cada acto, nos involucramos con nuestro ecosistema, con otras personas o con el producto del trabajo de otros. Nuestra relación con el medio es tan íntima que, en cierto sentido, la barrera entre nosotros y lo otro es algo artificial. En este sentido, la interdependencia es un factor estructural y ontológico. Nada existe sin referencia a otros fenómenos de la realidad.

Este principio nos llama a ser conscientes de que nuestras acciones tienen un impacto sobre todo aquello que nos rodea y, por lo tanto, requiere que actuemos con responsabilidad por los resultados que generamos. Nuestra vida transcurre entre diferentes series de causas y efectos. Algunas de ellas corren de forma paralela, mientras que otras se entrecruzan. Cada cosa que hacemos tiene un resultado sobre otra, y así sucesivamente. Si mis acciones tienen impacto sobre el estado de ánimo de alguien y, a su vez, esta persona va a impactar a otras, eso puede tener consecuencias imprevisibles. Por lo tanto, la cualidad de nuestro comportamiento no es algo trivial. De ahí la relevancia del segundo principio del budismo que me gustaría comentar, la compasión.

La cualidad compasiva de nuestros lazos

Desde la perspectiva budista, la compasión se refiere a la sensibilidad para identificar el sufrimiento propio y ajeno, y hacer todo lo posible por reducir, eliminar o evitar ese sufrimiento. Si la interdependencia sustenta el territorio donde se despliega la vida, podríamos pensar que la compasión debería ser la variable principal del clima de ese territorio. Algo así como la temperatura, la presión atmosférica o la humedad ambiental.

La compasión es una virtud que involucra diferentes aspectos, pero me gustaría detenerme solo en dos, una habilidad y un atributo.

En primer lugar, para practicar la compasión, necesitamos tener la capacidad de prestar atención e identificar el malestar. Sin embargo, tenemos tanto ruido mental y estamos tan saturados de información y exigidos en diferentes frentes, que se nos hace difícil detenernos a captar las señales que nos indican que algo puede andar mal con nosotros u otros. Incluso con nuestros cercanos. Puede que sea un poco complicado, porque tal vez preferimos evitar emociones y pensamientos complejos o quizás durante nuestra crianza no tuvimos la oportunidad de aprender a lidiar con ellos. En fin, cada uno tiene sus propias explicaciones para no prestar atención a las dificultades propias y ajenas. Entonces, un primer desafío para cultivar la compasión es aquietar la mente y llevar la atención hacia nuestro mundo interior, a las sensaciones físicas, a los pensamientos más íntimos, y abrir de esta forma nuestra consciencia a la experiencia individual y a la relación con los otros.

En segundo lugar, la compasión tiene diferentes atributos, pero hay uno que me gustaría destacar porque exige un replanteamiento total de las evaluaciones que estamos acostumbrados a realizar de nuestro comportamiento y el de otros y, por lo tanto, nos ayuda a ver nuestras relaciones intra e interpersonales con nuevos ojos. Esta cualidad es el no juicio (a mí me gusta llamarla “aceptación radical”) y se basa, primero que nada, en el reconocimiento de que el malestar es parte constituyente de nuestras vidas y que en cada momento estamos haciendo lo mejor que podemos para alcanzar nuestra felicidad. Independiente del comportamiento que demostremos, todos actuamos en base a nuestras propias causas y condiciones (ADN, crianza, traumas, condiciones materiales, circunstancias laborales, etc.), ya que, si todo fuera nuestra elección, nadie experimentaría el sufrimiento. Y si es de este modo, ¿qué derecho tenemos para cuestionar las razones que han llevado a una persona a actuar o ser de una determinada forma? Finalmente, la interdependencia es la base de la compasión y el gran desafío es reconocer y gestionar el malestar propio y ajeno, sin juicios, ni valoraciones respecto a nuestra calidad humana o la de otros.

Mis deseos para 2025

Considerando todo lo anterior, espero que para 2025 seamos cada vez más conscientes de la profunda y sutil conexión que existe entre nosotros y nuestro entorno, y que los lazos que nos unen posean las cualidades de la compasión, la bondad amorosa, la alegría empática y la ecuanimidad.

Creo que todos tenemos el noble desafío de contribuir a que nuestro mundo sea un lugar cada vez mejor y esto depende en gran medida de qué tipo de acciones alimentamos en nuestra vida cotidiana. En este sentido, tenemos retos relacionados con cuidar a nuestros hijos, parejas, padres, amigos, compañeros de trabajo y espirituales, en fin, todos aquellos con quienes nos relacionamos. Además, no perdamos de vista que el mismo cuidado se lo debemos a la naturaleza, si queremos que ella nos albergue por mucho tiempo más.

Para finalizar la ecuación, no olvidemos ser compasivos con nosotros mismos. Con nuestros errores, defectos percibidos, metas no cumplidas, etc. Cada día nos ofrece una nueva oportunidad para avanzar. Y si no avanzamos, no importa, las condiciones no han madurado y ya llegará el momento del cambio. Todo es impermanente.