La Autocrítica: Abordaje desde la Terapia Centrada en la Compasión
En este artículo se revisará el origen, dinámica, funciones y formas de expresión de la autocrítica, así como algunas prácticas para abordarla.
TERAPIA CENTRADA EN LA COMPASIÓN
Cristián Alarcón
10/18/20245 min read
Introducción
En primer lugar, quiero agradecer a todas y todos los que me enviaron propuestas para tratar en el blog. Espero escribir sobre la mayor cantidad de ellas en el futuro.
Dentro de los temas sugeridos, he elegido para esta ocasión la “autocrítica” porque es una aflicción bastante cotidiana y transversal, ya que afecta a personas más allá de los diagnósticos e independientemente de encontrarse en psicoterapia.
Es importante considerar que la autocrítica es una estrategia de protección que desarrollamos para afrontar situaciones que el cerebro evalúa riesgosas para nuestra integridad. Lamentablemente nos hace sufrir pero, como todos los síntomas psicológicos, tiene un fin adaptativo. Por lo tanto, el desafío es entender nuestra propia dinámica autocrítica y desarrollar respuestas alternativas que nos proporcionen tranquilidad al enfrentar las condiciones que la generan.
Fuentes de la autocrítica
Normalmente, la autocrítica se desarrolla a partir de circunstancias amenazantes experimentadas durante la crianza o en el contexto educacional, tales como:
Padres o profesores críticos que llevan a concentrarse en cosas que los niños no hacen muy bien. Por ej. “estuvo bien, pero tu compañera se sacó un 7”.
El aprendizaje de juicios negativos respecto a diferentes aspectos, tales como la sexualidad, la clase social, la educación o la inteligencia. Por ej. “el sexo es malo”, “la homosexualidad es una enfermedad”, “no ir a la universidad es de fracasados”.
Buscar ser leales a los valores de los padres con el fin de mantener la sensación de permanencia a la familia y no sentirse traidores o ajenos (“si no estoy de acuerdo, soy una desagradecida”).
Ira reprimida hacia padres o figuras de autoridad para evitar las consecuencias negativas que su expresión podría tener para ellos (daño real o imaginario) y/o para uno mismo (rechazo, castigo, abandono, soledad).
Padres que se enojan e insultan a sus hijos (“¡eres un perdedor!”) por asuntos en los que presentan dificultades (por ej. deportes, matemáticas). Generan recuerdos vergonzoso/traumáticos que tienden a repetirse durante la vida.
Abuso físico y/o psicológico que provoca culpa y aversión hacia uno mismo, y se traduce en juicios tales como “me lo merezco”, “soy sucio/a”, etc.
Estas situaciones generan aprendizajes que nos llevan a internalizar juicios, criterios o evaluaciones de otros significativos que aplicamos sobre nosotros mismos bajo la forma de autocrítica.
Dinámica y funciones de la autocrítica
Según Paul Gilbert, fundador de la Terapia Centrada en la Compasión, “la mente humana ha evolucionado para que le interese impresionar a los demás y conseguir cuidado, apoyo, respeto, simpatía e, incluso, admiración, porque estas cosas son extremadamente beneficiosas para la supervivencia y la reproducción. Nuestra sensación de seguridad y bienestar está ligada a cómo creemos que existimos en la mente de los demás”.
En este sentido, la autocrítica surge cuando nos enfrentamos a circunstancias relacionadas con la amenaza original (críticas, dificultades, poseer atributos no deseables, contravenir principios familiares, etc.) donde, lejos de encontrar apoyo y reconocimiento en la mente de los otros, sentimos vergüenza de quienes somos porque, bajo tales condiciones, hemos aprendido a sentirnos inferiores, inadecuados y/o indeseables.
Desde un punto de vista evolutivo, este sentimiento nos enfrenta inconscientemente a la eventualidad de ser rechazados, marginados o definitivamente eliminados de nuestro grupo social, situación que el cerebro evalúa como un riesgo para nuestra integridad (consideremos que la expulsión de la tribu podía ser letal para nuestros antepasados). En consecuencia, se activa nuestro sistema de amenaza y autoprotección, y sentimos ansiedad, enfado o abatimiento. Como respuesta, aumenta nuestra auto-observación con la finalidad de evitar realizar las acciones que nos exponen al riesgo y surge la auto-culpabilización en caso de que se cometan tales actos.
En línea con lo anterior, la autocrítica configura una estrategia de protección que puede cumplir dos funciones:
Autocorrección: surge de los esfuerzos por tratar de mejorar y prevenir errores. En este caso la autocrítica se sostiene con argumentos tales como que sirve para concentrarse; recordar las responsabilidades; dejar de ser flojos; mantenerse a “raya”; evitar futuras vergüenzas y no cometer pequeños errores.
Autopersecución: surge de la frustración o de la aversión hacia uno mismo. Aquí la autocrítica tiene la función de castigar, destruir o dañar atributos personales para sentirse mejor; hacer frente a los sentimientos de disgusto respecto a uno; llegar a aspectos propios que causan desagrado, entre otros.
Formas de expresión de la autocrítica
Adicionalmente, se ha observado que la autocrítica se expresa de dos formas principales.
La primera es como un “yo inadecuado”, que implica “sentirse internamente menospreciado e inadecuado por los fracasos y reveses de la vida”. En este sentido, las personas manifiestan tendencias, tales como, pensar que merecen la autocrítica; recordar y detenerse en los errores o defectos; sentirse abatidos por la autocrítica; y/o no aceptar fracasos o reveses sin sentirse inadecuados o insuficientes.
La segunda forma, corresponde a un esquema de “aversión por el yo” que involucra “una respuesta más destructiva, basada en el disgusto a los reveses, caracterizada por el desprecio hacia uno mismo y un deseo agresivo/sádico/perseguidor de lastimarse a uno mismo”. Algunas formas de expresión propias de este caso son enfadarse tanto con uno mismo que surjan ganas de provocarse daño; sentir asco o disgusto de uno; y/o referirse a uno mismo con apodos ofensivos o degradantes, entre otros.
¿Qué hacer con la autocrítica?
En contraposición a las formas de expresión descritas anteriormente, existe una respuesta basada en “una disposición cálida y positiva hacia uno mismo” que se ha denominado “yo tranquilo”. Esta se caracteriza, entre otros, por ganas de continuar siendo uno mismo; ser capaz de recordar aspectos personales positivos; sentirse amable y aceptable; y darse ánimo para el futuro. En definitiva, ser resilientes ante los fracasos o reveses.
Pasar de la autocrítica a la autocompasión implica identificar cuál es su fuente, así como nuestro principal miedo (o su función) a la hora de reducirla o abandonarla. Requiere, por una parte, acoger los sentimientos negativos (principalmente la ira) que sustentan la autocrítica y entenderlos como parte de la estrategia de protección que hemos desarrollado para enfrentar la decepción que nos generan los fracasos y reveses de la vida. Complementariamente, es necesario aprender a ser amables con nosotros mismos y darnos apoyo. En definitiva, desarrollar y/o fortalecer nuestro yo compasivo.
Las prácticas para el desarrollo de habilidades compasivas comentadas en el artículo sobre la aversión (respiración de calma, color compasivo y yo compasivo) son básicas para el desarrollo del tipo de respuesta deseado.
Adicionalmente, veamos algunos ejemplos de actividades utilizadas en Terapia Centrada en la Compasión que son específicas para trabajar con la autocrítica.
Siéntate con tu autocrítica: este ejercicio consiste en analizar una situación que haya provocado vergüenza y autocrítica mediante un registro de los pensamientos y sentimientos propios y ajenos (imaginados) y la identificación de los principales miedos o amenazas que ellos representan. A continuación, se busca desarrollar sentimientos de amabilidad y bondad sobre los pensamientos autocríticos.
Plantar cara a la autocrítica: implica visualizar qué aspecto, expresión y emociones tendría y dirigiría la autocrítica hacia uno. A continuación, visualizando que tenemos las cualidades de la compasión incorporadas, informamos a la autocrítica que tomaremos un mayor control de las situaciones en que se presenta.
Cartas compasivas: busca construir y fortalecer patrones mentales que ayuden a trabajar con experiencias difíciles, para aceptarnos y para crear una sensación de paz dentro de nosotros mediante la escritura sobre las propias dificultades desde la perspectiva de nuestro yo compasivo.
Bibliografía
Gilbert, Paul (2015). Terapia Centrada en la Compasión. Editorial Desclée de Brouwer.
Gilbert, Paul (2018). La Mente Compasiva. Editorial Eleftheria SL.
Gilbert, Clarke, Kempel, Miles & Irons (2004). Criticizing and reassuring oneself: An exploration of forms, styles and reasons in female students. British Journal of Clinical Psychology (2004), 43, 31–50
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